51 géneros es la manera en que llamo a esta ruptura que comparto con otras muchas vidas de no definición de género. Toma su nombre de la vida vivida, cincuenta y uno eran los años que tenía en el momento de la realización de la acción, no habla de la multiplicidad de géneros.
51 géneros se expresa, a través de la utilización de códigos establecidos en lo binario, mediante una ruptura con lo masculino y lo femenino, proponiendo una reconstrucción de lo humano como un ser no cortado, roto en dos, sobre los que se conforman rituales de repetición, separados y distintos, y que partiendo de una concepción biologicista elaboran códigos de comportamiento binario que se expresan en dominación o supremacía de una forma de vida masculina frente a otra femenina.
51 géneros se abre a la posibilidad de que todas las vidas merecen ser vividas y habla de diversidad de identidades en la medida en que existen vidas que socialmente no encuentran espacio frente a la norma de la dualidad de géneros y que, por tanto, son valoradas como vidas disminuidas, vidas enfermas, vidas que para serlo deben ser normativizadas, reconducidas, ajustadas.
La superación de las vidas cortadas, hechas secta por el sexo, no se construyen sobre nuevas lecturas de lo masculino y de lo femenino, sino por un largo camino de disolución de los géneros. El feminismo, tal como indica Paul B. Preciado, es ante todo una apertura del horizonte democrático, no un asunto de mujeres sino de humanos.
El trabajo emprendido por el feminismo es el desvelamiento de las opresiones que prenden a través de la historia de ese corte biologicista originario al que llamamos sexo y, por tanto, la superación de la opresión pasa por salir del corte, por abandonar los estatus que han definido nuestras vidas sexuadas, sujetadas por el sexo.
La propuesta de 51 géneros intuye el abandono de la identidad basada en el género y la lectura de un todo conformado por vidas para vivir. Muestra, no sin reconocimiento de los derechos individuales que llevan a utilizar la intervención quirúrgica de reasignación de género, un nuevo lugar en el que sea nuestro pensamiento y la acción que conlleva quien reconstituya nuestros modos de ser, quien desborde lo prefijado, y no intenta la acomodación al dolor de los géneros sino a su superación basada en la estima de la propia vida, en la comprensión de que nuestra vida es única.
La tarea que propone es la de reprender, en el sentido de volver a agarrar, de ser vida desde otro lugar, soltarse de los usos que conlleva la separación de géneros, soltarse de las opresivas obligaciones de una masculinidad, que aún llena de privilegios, está basada en respuestas obligatorias a ese rol prefijado que encorseta e impide ser con otros. La masculinidad se pierde el mundo por querer dominarlo y muestra su patética pertenencia a una forma de poder que al querer sujetar se sujeta impidiendo su plena vida.
Y es desde este otro lugar situado al otro lado del género, en el lado opuesto, desde donde me identifico con lo trans. No soy trans, sino que intento actuar desde ese lugar trans en la medida que ello desnaturaliza los géneros, habla de ellos como lugares construidos. La acción trans es voluntad de estar en otro lugar desde el que trabajar en el desdibujamiento de una concepción binaria, un lugar que abre la posibilidad de cambiar los paradigmas de lo masculino y lo femenino. No defino mi vida por lo que llaman la condición sexual, no soy homosexual aunque le debo mucho al hecho de reconocerme como tal en una primera ruptura con la norma, pero que una vez normativizada y mercantilizada muestra la incapacidad de vivir desde ese sitio tan parcial, tan reducido, tan poco hablador de la totalidad de la vida. El sitio de la transformación de la realidad no puede ser sólo un lugar habitado por una parte que reivindica su parte.
Soy trans en la medida que quiero conocer y estoy dispuesta a interrogar mi propia vida como vida total.
Miguel Benlloch
